Capítulo tercero
Al rato, Luis sintió cómo se abría la puerta de la casa y, asomándose al
pasillo, contempló cómo entraba su mujer, aún desnuda pero con los zapatos de
tacón puestos, con el cuerpo sudoroso y la cara aún manchada de semen… Al
fijarse más, pudo apreciar las marcas de la cuerda en sus muñecas, y cuando se
volvió para cerrar la puerta, Luis pudo ver unas finas marcas rojas cruzando
sus grandes y gordas nalgas y parte de su espalda…
“¿Te gusta lo que ves, cabrón?”, le dijo ella sin volverse a mirarle…
“Mi Amo me ha castigado por haber dejado que me vieses en el garaje…”
“Pero…, eso no fue culpa tuya… Yo oí un ruido y…”, balbuceó Luis.
“Eso a él no le importa, Luis, soy su esclava y por tu culpa no he
podido cumplir lo que él quería de mi al dejarme atada en el garaje, así que me
ha castigado… 24 latigazos, en silencio, sin moverme… A los 12 no he aguantado
más y me he arrodillado llorando a sus pies a suplicarle clemencia…”
“¿Y te ha perdonado?”…
“No, eso sólo ha conseguido que mi castigo sea mayor… Me ha vuelto a
atar colgada y me ha aplicado el resto de los latigazos… Esta noche dormiré
desnuda y encadenada en la azotea y mañana me hará saber qué castigo ha
decidido para mí…”. María hizo una pausa antes de continuar hablando… “Si mi
Amo decide prescindir de mí como esclava no te lo perdonaré nunca, cabrón de
mierda”, concluyó María con un evidente dejo de desprecio en su voz al
dirigirse a su perplejo marido… “¡¡NUNCA!!”
Al pasar junto a él camino del baño, Luis pudo apreciar como unas marcas
dentadas y rojas en sus pezones, y cómo algunos de los cintarazos que había
recibido le habían sacado algo de sangre, por lo que supuso que la había
golpeado con un látigo con alguna punta metálica, pero no fue capaz de decirle
nada y se quedó viéndola desaparecer de su vista cuando cerró la puerta del
baño y escuchó cómo dejaba correr el agua de la ducha…
Sin saber cómo reaccionar ni qué iba a pasar entonces con María y él,
Luis se fue al salón, se sentó en su sillón de costumbre y escondió la cabeza
entre las manos, poniéndose a llorar…
No supo cuánto tiempo había pasado cuando el móvil de su mujer empezó a
sonar encima de la mesa, y él se lo quedó mirando sin saber qué hacer, pero
enseguida apareció su mujer, completamente vestida con una falda negra y una blusa
blanca que dejaba trasparentar el sujetador negro que llevaba debajo, y cogió
el teléfono para contestar a la llamada.
“¿Sí?...”
“…”
“Pero, Amo…”
“…”
“Amo, no, por favor… Eso no…”
“…”
“Sí, Amo, como usted diga, su esclava cumplirá todo lo que usted le
ordene”
Y colgó.
Entonces, María volvió a salir de la habitación, volviendo al poco con
una bolsa de papel que colocó encima del sofá del salón, junto al sillón que
ocupaba su marido, colocándose frente a él pero sin mirarle a la cara.
“Mi Amo me va a dar unas instrucciones expresas sobre cómo quiere que me
prepare para pasar la noche de castigo, y quiere que seas tú quien lo haga”,
dijo mientras rebuscaba algo en la bolsa.
“Me ha ordenado que me esposes las manos a la espalda antes de que llame
de nuevo para darme sus instrucciones. Para que yo no pueda hacer nada… Quiere
que seas tú quien me prepare y mi castigo será más duro si, cuando él quiera
comprobarlo, no has seguido todas sus instrucciones. Pon el manos libres cuando
vuelva a sonar el teléfono…”
Acto seguido, María llevó sus manos a la espalda y Luis escuchó el
reiterado click de las esposas al cerrarse en torno a las muñecas de su esposa,
que permaneció ante él, de pie, esperando…
Pocos instantes después, el teléfono de María volvió a sonar, y Luis
levantó la cabeza para mirar a los ojos de su mujer antes de desviar su mirada
hacía el aparato, indeciso…
“Me ha dicho que te diga que, si no lo coges, cualquier cosa que me pase
será responsabilidad tuya…”, le dijo María con voz dura…
Luis se incorporó y, acercándose a la mesa donde estaba el teléfono, y
casi como si el aparato fuera a morderle, apretó la tecla de respuesta,
conectando el manos libres…
“Bien hecho, Luis”, resonó la voz del Sr. Fernández. “Ahora harás todo
lo que yo te vaya diciendo…, por el bien de tu mujercita. ¿Entendido?”.
“Sí”
“¿Sí qué?”
“Sí…, Amo”
“¡Jajajajajajajajaja!... No soy tu Amo, Luis, sólo soy el cabrón que
tiene sometida a tu mujer como esclava sexual y cuyas órdenes ella cumple
ciegamente, sin pensar en nada más… ¿no es verdad, María?”
“Sí, Amo”, respondió ella, sumisamente
“Con que me llames señor estaré conforme, Luis. Siempre debes tratar con
educación a tus superiores. ¿Has comprendido?”
“Sí, señor”, respondió Luis
“Bien. Quero que busques en la bolsa que tu mujer debe haber llevado al
salón y saques la mordaza de bola que ya la has visto llevar puesta. Luego
quiero que se la coloques en la boca, sujetándosela con fuerza… A partir de
ahora no quiero escucharla articular ni una palabra, ni un sonido… ¿Habéis
entendido los dos?”,
“Sí, señor”. “Sí, Amo”, respondieron ambos casi al unísono.
Luis miró a María, aún indeciso sobre cómo actuar, pero ella mostraba en
su gesto una decisión que no dejaba lugar a dudas sobre lo que quería que él
hiciera…
Luis rebuscó en la bolsa hasta encontrar la mordaza de bola, que no era
más que una bola sólida sujeta entre dos correajes acabados en una hebilla, y
se acercó a su esposa, que esperaba pacientemente, y la miró a los ojos,
esperando encontrar algún vestigio de la que era su esposa, pero ella se limitó
a separar los labios para que pudiera introducirle la bola en la boca, lo que
hizo Luis para luego ajustarle los correajes detrás de su cabeza, dejando a su
mujer incapaz de articular cualquier palabra mínimamente legible.
“Ya está”, murmuró Luis, aunque lo suficientemente alto como para que le
oyeran desde el otro lado de la línea de teléfono.
“Ya está, ¿qué?”.
“Ya está amordazada, señor”
“Bien. Ahora quiero que vayas siguiendo al pie de la letra las
instrucciones que voy a ir dándote. Pero quiero que, al hacerlo, te olvides de
que es tu mujer a quien se lo haces, Luis… Imagina que se lo estás haciendo a
una vulgar puta callejera y quiero que la trates como tal. ¿Entendido?”
“Sí, señor”
“Bien. La puta que tienes delante de ti es una perra que no se merece
seguir vestida, Luis, así que vamos a desnudarla, quiero que tengas su gordo
cuerpo desnudo ante tí, pero no quiero que le quites la ropa… Quiero que se la
arranques del cuerpo, Luis, ¿lo has entendido?, Puedes usar un cuchillo o unas tijeras
para cortar lo que no puedas romper a tirones…”
“Sí, señor, he entendido”
“Bien, pues hazlo entonces”
Luis se giró hacia María y la miró a los ojos, y ella supo que había
dejado de ser su mujer y que iba a disfrutar desnudándola como si se tratara de
una cualquiera, desahogando así en ella
toda la frustración que sentía por saberse doblegado por otro hombre…, y su Amo
había dicho claramente que no quería oírla articular ni el más mínimo sonido, a
pesar de que sabía la repulsión que ella sentía cuando aquel cabrón cornudo la
tocaba…, y ahora tenía que dejar que la desnudara, tratándola como a una puta…,
y sólo Dios y su Amo sabían qué más…
Mientras, la mente del pobre Luis era un hervidero de pensamientos
contradictorios… “Ese hijo de puta ha formateado a mi
esposa y dejado en su lugar a este trozo de carne hambrienta, repugnante y
boba. Un receptor de semen activo las veinticuatro horas a lo que difícilmente
podría llamarse mujer. Aún tiene el carnet, el nombre, la forma de mi esposa,
pero el contenido de ese cuerpo es un animal. Una babosa gorda que se restriega
contra la pierna de ese cerdo, suplicándole que la llene su raja calenturienta
y viscosa… ¡Qué asco, qué rabia me da! ¡La ahogaría, la ahorcaría… la
aplastaría bajo mis botas! ¡Golfa!. ¡Puerca!... ¡A ver qué haces ahora que tu
Amo te ha puesto en mis manos, puta vaca!”
Entonces, sin mediar palabra, Luis agarró las solapas de la blusa de
María y se la abrió de un fuerte tirón, haciendo salir despedidos los botones y
dejando al descubierto los grandes pechos de su mujer, cubiertos por un mínimo
sujetador de encaje negro…
“¡Te habías preparado para gustarle a ese hijo de puta, zorra!”, le
gritó mientras le escupía a la cara, “¡Pues no vas a conseguirlo, zorra!”, le
gritó nuevamente mientras la dejaba allí, con el escupitajo resbalando por sus
mejillas, dirigiéndose a la cocina a grandes pasos…
María se limitó a permanecer quieta, esperando acontecimientos, sabedora
de que aquella iba a ser una noche muy dura para ella… Casi podía sentir la
satisfacción de su Amo al otro lado de la línea de teléfono… Sabía que se había
propuesto quebrar los límites de su marido destapando la caja de los truenos y
que ella fuera la víctima propiciatoria en la que descargaría su ira y sus
frustraciones, lo cual se añadiría al asco y la repulsión que ella sentía
cuando Luis la tocaba desde que le había visto masturbarse sin intervenir
mientras contemplaba cómo su Amo la follaba sobre el suelo del garaje… Sí,
María sabía que aquel sería su castigo, un castigo mucho peor que cualquier
cosa que pudiera hacerle Luis a lo largo de aquella noche, pero ella soportaría
cualquier cosa para satisfacer a su Amo y que se sintiera orgulloso de su
sumisa…
Luis regresó de la cocina, interrumpiendo los pensamientos de su esposa.
En su mano portaba un gran cuchillo de cocina, uno que María sabía que estaba
muy afilado, y se colocó frente a ella, regodeándose mientras lo deslizaba por
su barriga hasta llegar a sus pechos antes de volver a descender… María sintió
miedo y tragó parte de la abundante saliva que le generaba la bola metida en su
boca, pero se rehízo y le miró directamente a los ojos, desafiante…
Luis, casi fuera de sí al comprobar que su mujer no sea arredraba,
agarró la blusa abierta y la cortó sin contemplaciones, arrojando al suelo los
pedazos de tela que arrancaba más que cortaba, tanta era la rabia que sentía en
aquel momento contra la mujer que, de pie frente a él, volvía a ser suya…,
aunque sólo fuera temporalmente y con el permiso de su Amo.
Entonces, mientras introducía la punta del cuchillo por la cinturilla de
la falda de María, Luis sintió una perversa satisfacción cuando ella,
involuntariamente, contrajo su voluminosa barriga ante el frío roce del acero
de la hoja, para luego, con un brusco movimiento de su mano, cortarle la falda
de arriba abajo, dejándola únicamente con su escueto sujetador y un mínimo
tanga a juego, una prenda de lencería que podría parecer incongruente en una
mujer de su edad y de su gordura y totalmente distinto del tipo de ropa
interior que María solía usar normalmente…
Al verla así, prácticamente desnuda con aquellas prendas de lencería, su
marido sintió crecer aún más la rabia que sentía en su interior y acercó su
cara a la suya, casi escupiéndole sus palabras…
“La puta se ha arreglado para su nuevo macho, ¿eh?... Pero la puta no
pensaba que su Amo se la iba a entregar al cornudo de su marido y que él iba a
ver su conjuntito de zorra, ¿eh?... ¿A que no?...”
María sintió cómo se le hacía un nudo en el estómago… Estaba comenzando
a asustarse porque nunca había visto así a su marido, y menos con un cuchillo
entre las manos y ella completamente expuesta…, casi desnuda y con las manos
esposadas a la espalda estaba completamente a su merced, pero se rehízo
rápidamente al recordar que ella pertenecía a su Amo y que Luis sólo tenía ese
control sobre ella porque su Amo así lo había decidido, nada más, así que echó
los hombros hacia atrás…, “sacando pecho”, - y nunca mejor dicho -, y miró
directamente a los desquiciados ojos de su marido antes de responderle con voz
segura.
“Sí, Luis, la pu-ta se ha
puesto este conjunto para gustarle a su Amo, porque a su Amo le gustan las pu-tas con lencería sexy, pero la pu-ta no pensaba en que su marido iba a
vérsela puesta…, si la pu-ta hubiera
pensado que su marido iba a verla con ella no se la habría puesto porque su cor-nu-do marido no se merece poder
pajearse más tarde, mientras que ella es
fo-lla-da co-mo Di-os man-da por
su Amo, recordando la lencería de la pu-ta”.
María pudo sentir la satisfacción de ver cómo la cara de su marido
acusaba el golpe emocional cada vez que ella silabeaba la palabra puta para
referirse a ella misma y cómo había recalcado la entonación al decir
“cornudo”…, pero no le duró mucho…
Fuera de sí, Luis gritó… “¡¡¡PUTAAAAAAAAAAAAAA!!!”, mientras sujetaba el
cuchillo con fuerza y a verdaderos tirones más que cortándolos, le arrancaba
del cuerpo ambas piezas de lencería, dejándola completamente desnuda, arrojando
al suelo los pedazos de las destrozadas prendas.
“¡No me mires, zorra!”, le siguió gritando, “¡No quiero verte la
cara!...”, le gritó mientras le propinaba una fuerte bofetada que hizo que el
cuerpo de María reculara ligeramente con la fuerza del impacto en su cara.
Entre sorprendida y temerosa por la violenta reacción de Luis, que nunca
le había puesto una mano encima, María obedeció y, girando su cuerpo, se situó
de cara a la pared, ofreciendo una estampa digna de ser apreciada,
completamente desnuda y vulnerable, con sus manos esposadas a la espalda intentando,
inconscientemente y de una forma totalmente inútil, tapar su enorme trasero con
las manos, con las piernas ligeramente abiertas y la cabeza gacha, tal y como
la había enseñado su Maestro que debía permanecer una buena esclava…,
aguardando pacientemente las instrucciones de su Señor.
Y estas no tardaron en llegar, casi como si su Amo estuviese al tanto de
que la situación no se le fuese de las manos al humillado Luis…
“¡Ya está bien!... No creo haberte dado permiso para golpearla, Luis…
Debes aprender que se hacen las cosas que yo mando…, y cuando las mando,
¿entendido?... Vas a tener ocasión de azotarla, Luis, pero porque yo te daré
permiso y te diré cómo hacerlo… ¿has comprendido?”
Luis seguía mirando intensamente el cuerpo de María, con los brazos pegados
al cuerpo y los puños cerrados, como dispuesto a lanzarse sobre ella y molerle
el cuerpo a golpes, y no asimiló enseguida lo que el Sr. Fernández acababa de
decirle…
“¡¿ME HAS ENTENDIDO, LUIS?!”, la voz autoritaria del hombre se dejó ir
nuevamente por el auricular del teléfono, haciendo reaccionar al hombre, que
respondió sin dejar de clavar sus ojos en la espalda de su mujer…
“Sí…, Señor”
“Bien… Ahora quiero que la lleves junto a la mesa, Luis. Sepárale los
pies y átaselos a cada pata de la mesa. Luego suelta las esposas, haz que se
apoye en la mesa y átale las muñecas con los brazos extendidos… Quítale la
mordaza, vamos a azotar a esta perra y quiero oírla”
Luis obedeció rápidamente y ató a su mujer tal y como le había ordenado
su Amo, de forma que las nalgas de María quedaban totalmente a su merced…
“Ya está, señor”.
“Bien. Sé que llevas un cinturón de trabajo con tachuelas… Te lo he
visto puesto con la ropa de trabajo… Quítatelo y dóblalo de forma que las
tachuelas queden hacia fuera… Ahora vas a empezar a azotarla…, con fuerza,
Luis, quiero oír cómo intenta no gritar de dolor… Tu mujercita no querrá armar
un escándalo en el vecindario, ¿verdad, puta?... Aún no ha llegado ese momento…
¿Lo has entendido, Luis? No quiero que lances el golpe con el brazo, quiero que
emplees toda la fuerza del cuerpo, te cansarás menos y le darás más fuerte…,
pero sólo en las nalgas y en los muslos... Y haz una pausa entre golpe y golpe,
así permitirás que sienta más el dolor de cada cintarazo. ¿Entendido?”
“Sí, señor…”
“Bien, puedes comenzar. Yo te diré cuándo debes parar…”
Luis no reaccionó inmediatamente… ¡Iba a poder hacerlo de verdad!...
¡Iba a poder azotar a aquella puta hasta que gritara de dolor!... ¡Iba a
hacerla pagar por lo que estaba sintiendo!... Casi sin pensar, echó hacia atrás
el brazo que sujetaba el pesado cinturón, levantándolo en alto…, para después
dejarlo caer con todas sus fuerzas sobre las gordas nalgas expuestas de su
mujer, quien, a pesar de estar preparada, no pudo evitar dar un fuerte respingo
ante el súbito dolor del impacto del cuero contra su piel desnuda
ZAAAAAAAAAAAAAAAS
María sabía que, cuando su Amo la azotaba, debía contar cada uno de los
golpes y agradecerle a su Amo cada uno de ellos, pero Luis no era su Amo y ella
no iba a darle el gusto de oírla someterse a él como si lo fuera…
ZAAAAAAAAAAAAAAAS
¡¡Uuuuuuuuufffffff!!, pensó María… ¡Aquel cinturón dolía como el
demonio!... Pero le hacía mucho más daño cuando la azotaba su dueño…
ZAAAAAAAAAAAAAAAS
Luis recordó las instrucciones que le habían dado y se preparó para
descargar el siguiente golpe empleando toda la fuerza de su cuerpo…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
El cuerpo de su mujer saltó literalmente al recibir el brutal impacto,
que dejó una visible marca roja en su nalga derecha. ¡¡DIOOOOOOOOS!!, gritó
ella dentro de su cabeza… Aquel cabrón se estaba esmerando…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
El siguiente golpe cayó sobre su nalga izquierda, casi arrancándola un
gemido de dolor que María se apresuró a contener… ¡No iba a darle a aquel
cabrón la satisfacción de oírla gritar de dolor con sus golpes!...
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Otro golpe brutal cayó sobre su nalga derecha, ya dolorida por el golpe
anterior…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Otra vez contra su nalga izquierda…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Una rápida sucesión de golpes cayó sobre las enrojecidas nalgas de la
indefensa mujer, haciendo que todo su cuerpo botara literalmente sobre la mesa…
Entonces, haciendo una leve pausa, Luis contempló el marcado culo de su
esposa, sumamente enrojecido, y decidió comenzar a dirigir los cintarazos sobre
sus muslos…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
El primer golpe sobre la parte alta de su muslo derecho cogió a María
completamente desprevenida, de forma que no pudo evitar dejar escapar un gemido
de dolor al recibir un golpe tan duro en una zona tan sensible…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Aunque ya estaba preparada para ello, el golpe que azotó su muslo
izquierdo fue tan violento que no pudo evitar volver a gemir…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Los siguientes cintarazos cayeron sobre la piel de sus muslos que aún no
había recibido ningún golpe y resultaron algo más soportables, pero María
comenzó a temer el momento en que los golpes del pesado cinturón comenzaran su
regreso ascendente, cayendo sobre las zonas que ya sentía muy doloridas…
Escondió la cabeza entre el pliegue de su brazo y apretó la boca contra la piel
del antebrazo para no gritar…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
¡¡AAAAAARRRRRRGGGGGGHHHHH!!, la pobre mujer, a pesar de sus intenciones,
no pudo evitar levantar la cabeza y gritar de dolor cuando el siguiente
cintarazo cayó con especial fuerza sobre su nalga izquierda…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
¡¡AAAAAARRRRRRGGGGGGHHHHH!!, cuando el siguiente golpe cayó sobre su otra
nalga, María ya no pudo evitar atragantados gritos de dolor salieran de su garganta…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
¡¡AAAAAARRRRRRGGGGGGHHHHH!!, dos golpes más cayeron sobre su ya moradas
nalgas y María sintió que su cuerpo ya no soportaba su peso y se le doblaban
las rodillas, de forma que se habría caído al suelo si no hubiera estado
firmemente atada a la mesa…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
¡¡AAAAARRRRGGGGGGHHHH!!, a María le dolían tanto las nalgas y los
muslos, sumamente castigados ya, que su mente casi dejó de sentir, en un vano
intento de aislarse del castigo y no sentir el intensísimo dolor que le estaba
provocando… y casi perdió el conocimiento por unos instantes…
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
ZAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAS
Obnubilada ya por el dolor, María casi no llegó a escuchar la voz de su
Amo por el altavoz del teléfono…
“¡YA ESTÁ! Ya has acabado, Luis… No sé si es de buen gusto felicitar a
un marido tan cabrón que acaba de azotar de esa manera a su indefensa
mujercita, pero has hecho un buen trabajo… ¿Me estás oyendo, puta?... ¿Aún
estás con nosotros?”
“S-sí…, A-am-amo”, consiguió tartamudear la maltrecha mujer.
“Así es como se sienten unos buenos correazos, mi puta”, resonó de nuevo
la voz de su Amo por el manos libres del teléfono. “Recuerda la sensación
porque eso es lo que obtendrás cada vez que me desobedezcas, y tu marido será
el encargado de aplicarte el correctivo…, y sé que lo disfrutará. ¿Qué tienes
que decirle ahora a tu maridito, zorra?”
María giró levemente la cabeza para mirar a su marido… Las lágrimas
resbalaban por sus mejillas, pero sus ojos destilaban odio…
“¿Y bien, vaca estúpida?... ¿Vamos a tener que empezar de nuevo?”
“Gra… gracias por… por disciplinar a esta pe…, perra para su Amo…,
señor”, la mujer casi se atragantó al obligarse a decir la última palabra e
intentó que sonara lo más insultante posible… Ella sólo tenía un Señor y no era
su marido…
“Bien, Luis”, prosiguió diciendo la voz, “¿te gustaría follarte a esa
puta?”
Luis, incapaz de apartar la vista de las enrojecidas nalgas de su
esposa, no reaccionó inmediatamente ante la pregunta…
“¿Y bien, Luis?”, la voz del Sr. Fernández resonó dura a través del
altavoz…
“Eeeeeehhhhhh…, sí, señor”
“Sí, señor, ¿qué?”
“Sí, señor, quiero follarme a esta puta”
“Un cabrón cornudo como tú no se merece meter su polla en la mujer que
ha deshonrado… Y tú no vas a meterle tu mierda de polla a tu mujer… Quiero que
vuelvas a coger la bolsa y saques el arnés con consolador que hay en ella y te
lo coloques… Hoy te permito que te la folles con él, pero nada más… Disfrútalo,
porque puede que sea la última vez…”
Luis rebuscó en la bolsa hasta encontrarlo, tomándose su tiempo para
asimilar que aquel cabrón no iba a permitirle follarse a aquella puta
asquerosa… ¡Él quería hacerlo!…
Cuando lo sacó por fin, vio que era un pollón de plástico enorme, de
unos 25 cts. de largo por unos 5 cts. de grosor que se colocaba en la cintura
con unas correas… ¡Dios, es una monstruosidad, casi el doble de mi polla!,
pensó el pobre hombre…
Extrañamente, María se sintió aliviada al verlo. Prefería que aquel
pollón de plástico la destrozara el coño antes de volver a sentir la polla de
su marido dentro de ella…
“¡Desátala!”, ordenó la voz de su Amo, “Quiero que mi puta se ofrezca
voluntariamente a tí para que te la puedas follar”…
Luis procedió a soltar las ataduras que sujetaban a su esposa a la mesa
y ella, lentamente, casi temerosa de que sus piernas no la sostuvieran después
del duro castigo recibido, se incorporó, sujetándose a la mesa con ambas manos…
Por un momento pareció dudar, pero sólo fue un levísimo instante, porque, sin
mediar palabra, se desplazó hasta el sofá y una vez allí se colocó a cuatro
patas, ofreciendo sus nalgas a un atónito Luis…
Entonces María, de una forma lenta pero sin la menor vacilación, metió
uno de sus brazos bajo su gordo cuerpo, dirigiendo su mano hacia su coño para
abrírselo con los dedos, en una clara invitación a ser penetrada por aquel
consolador monstruoso que su marido aún sostenía entre sus manos.
Si hubiera sido su Amo quien la hubiera azotado, quien la hubiera
sometido, humillándola incluso, en aquel momento el coño de María hubiera sido
un verdadero lago de flujos vaginales, puesto que aquel hombre conseguía que se
mojara sólo con modular autoritariamente el tono de su voz, pero, tratándose de
Luis, María estaba tan seca que sólo imaginarse aquella monstruosidad de goma
horadando su seca vagina…
Su marido, viendo su entrega, se desnudó rápidamente y se colocó el
arnés de forma que su polla quedaba estratégicamente situada detrás del enorme
falo virtual que sobresalía grotescamente de su entrepierna. Se colocó detrás
de su esposa, entre sus piernas, la agarró firmemente de las caderas y, sin
preparación alguna, se la clavó salvajemente hasta lo más hondo de su vagina…
“¡¡¡AAAAAAAARRRRRRGGGGGGGGGHHHHHHH!!!”, gritó ella, sintiendo un
intensísimo dolor mientras aquel monstruo se hundía en sus entrañas.
“¡Así, puta, así! ¡Grita de gusto! ¿No te gusta que te follen duro? ¿No
es así como le pides a tu Amo que te folle?”, la insultaba Luis mientras
comenzaba un salvaje mete y saca de la bestial polla de látex en el reseco coño
de su, hasta ahora, adorada mujercita…
Contrariamente a lo que Luis pretendía, sus vejatorios insultos a su
mujer consiguieron precisamente el efecto contrario al que deseaba, y, en vez
de humillar y doblegar el ánimo de María, lo que consiguió fue que ésta sacara
fuerzas de flaqueza y que su orgullo la ayudara a no volver a gritar mientras
Luis seguía penetrándola con brutalidad, aunque ello no impidiera que el dolor
que sentía hiciera que afloraran lágrimas a sus ojos, resbalando por sus
mejillas…
Pero el atroz sufrimiento que la pobre mujer sentía mientras las
embestidas de su marido hacían que aquel inmenso falo perforaba su seca
intimidad no iba a durar mucho… Luis no era su Amo y no tenía su autocontrol,
así que no aguantó mucho más sin correrse y que su semen escapara de su polla
sin llegar a mancillar la entrada al coño de su mujer, estando como estaba
“escondida” detrás del consolador sujeto a su cintura, y se detuvo súbitamente,
con el pollón a medio sacar del coño de María, quedándose sin saber qué hacer
entonces, mirando cómo aquel monstruo había dilatado la vagina de su mujer como
él nunca la había visto.
El Sr. Fernández, desde el otro lado de la línea de teléfono, debió
apreciar lo que había sucedido por el silencio que reinó de repente en la
habitación, porque su voz volvió a oírse por el altavoz del teléfono…
“¿Ya has terminado, Luis?... Y te preguntarás por qué tu mujer ha
elegido ser una puta en mis manos, ¿no?, jajajajajajajaja… ¡Pues ahí tienes la
respuesta!, jajajajajajaja”…
Luis nunca supo qué le hundió más, si la risa irónica de aquel hombre
que ponía su hombría en tela de juicio…, o la intrínseca realidad que se
escondía tras sus palabras…
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