Capítulo
segundo
Después de aquel episodio, la vida de Luis siguió con tanta normalidad
que casi creyó haberlo soñado, hasta que, una semana después, Luis bajó al
garaje a última hora de la tarde para revisar que todas las luminarias
funcionaran perfectamente y, después de colocar el interruptor en la posición
de encendido fijo, realizo una ronda rápida, percatándose de que todas
funcionaban bien salvo en la zona más alejada del garaje, precisamente donde se
encontraba la plaza del Sr. Fernández, con acceso directo a una escalera de
servicio que casi ningún otro propietario usaba para acceder al edificio desde
el garaje…
Cansinamente, como siempre se sentía desde que había descubierto a
María, su mujer, sometida sexualmente por aquel hombre, se encaminó a aquella
zona del garaje arrastrando los pies, cuando un leve movimiento en la zona
levemente iluminada por el resto de las luminarias llamó su atención…
Se acercó silenciosamente, casi como si no tuviera derecho a estar allí,
y se ocultó tras una de las columnas antes de asomar la cabeza en dirección al
movimiento que había percibido, y casi con miedo a lo que pudiera descubrir…
Su sexto sentido se burló de él, dándole la razón, ya que, a pesar de la
escasa iluminación, pudo vislumbrar la silueta de una persona junto a las
escaleras de servicio… Cuando sus ojos acabaron de acostumbrarse a la penumbra
distinguió la inconfundible silueta del gordo cuerpo de su mujer…
María se encontraba completamente desnuda, - ¡otra vez! -, y también
descalza, aunque había un par de zapatos de tacón negros entre sus pies, con
las muñecas atadas entre sí y los brazos levantados sobre su cabeza, sujetos
por una cuerda a la barandilla de la escalera… Volvía a tener puesto el antifaz
sobre sus ojos y Luis pudo observar, al tener sus piernas separadas, cómo unos
regueros de humedad resbalaban por sus gordos muslos desde su sexo desnudo,
señal inequívoca para él de que su mujer estaba muy excitada…
Sin saber si pudiera haber alguien más allí, y sobre todo pensando en
aquel hombre que era capaz de someter a su mujer de aquella manera, Luis volvió
a ocultarse rápidamente detrás de la columna en un gesto involuntario que causó
que se le cayera al suelo una de las cajas de las bombillas que llevaba…
No hizo mucho ruido, pero sí el suficiente como para que, en el silencio
del garaje, su mujer lo percibiera y girara la cabeza en su dirección,
intentando localizar el origen del tenue sonido que su sentido del oído,
agudizado por no poder ver nada tras el antifaz, le había hecho percibir…
“¿Amo?”, la oyó susurrar… “¿Es usted, Amo?”… Por favor, desáteme… Puede
venir alguien y verme así… Se me está haciendo tarde y mi marido empezará a
preocuparse dentro de nada…”. Pensando que era su Amo a quien había sentido y a
quien le hablaba entre susurros, María se mordió el labio inferior, callando
por un momento, pareciendo sopesar sus opciones, antes de continuar hablando en
voz baja… “Por favor, Amo, su puta sabe que no se lo merece, que no se ha
comportado como una buena esclava y no volverá a hacerlo, pero necesita ponerse
a cuatro patas aquí mismo como la perra que es y sentir cómo la polla de su Amo
la folla como él desee… Por favor, Amo, ¡fóllese a su puta perra!...”
“¡Santo Dios!”, pensó Luis. ¡Nunca hubiera esperado escuchar algo así de
la boca de su mujer! ¿Qué le hacía aquel hombre para que ella se humillara de
aquella manera?... ¡Si le estaba suplicando que se la follara como una
perra!...
“Por favor, Amo”, prosiguió María, “le prometo que nunca más le
defraudaré poniendo objeciones a sus órdenes… Por favor, Amo…”, la oyó
suplicar, al borde el llanto… “Le prometo que seré una buena esclava… ¡incluso
aceptaré gustosa que usted me subaste por internet para que me follen el culo!”
Estaba a punto de acercarse a aquella puta zorra y demostrarle quién era
su marido cuando un sintió un fuerte brazo en torno a su cuello, dejándole sin
respiración e imposibilitando que hiciera el menor ruido… Entonces sintió cómo
aquel hombre acercaba su boca a su oído y le susurraba, obviamente para que su
mujer no pudiera oírles… “Ni se te ocurra acercarte a ella, imbécil. Es mía y
ya ves que mi puta sumisa va a aceptar todo lo que yo quiera hacer con ella… Y
eso incluye hacerte más cornudo de lo que ya eres… Si quieres mirar, puedes
hacerlo, pero ni se te ocurra decir nada ni hacer el más mínimo ruido… ¿Has
comprendido?”.
Ante la amenaza tan explícita que percibía en la voz de aquel hombre,
Luis sólo pudo limitarse a asentir con la cabeza, humillado, sintiendo cómo el
brazo aflojaba la presión que ejercía en su cuello hasta que pudo respirar con
normalidad, tragando saliva…
El hombre le soltó y, dejándole atrás sin molestarse más por él, se
dirigió al lugar donde su esposa permanecía desnuda y atada mientras se
desnudaba por el camino, permitiendo que Luis pudiera observar que su polla,
más grande que la suya, estaba ya totalmente erecta y dispuesta…
Le vio acercarse a su esposa y cómo sus manos agarraban con fuerza los
pechos de su mujer, estrujándoselos hasta hacerla jadear de dolor antes de
pellizcarle los pezones y tirar hacia arriba, levantándole los pechos…
Entonces, desenganchó la cuerda que mantenía sujetos sus brazos por encima de
su cabeza y, sin desatarle las muñecas ni retirarle el antifaz, la ayudó a
arrodillarse en aquel suelo antes de hacerla ponerse a cuatro patas, de cara a
Luis, que pudo ver cómo sus pechos colgaban bajo su cuerpo…
El hombre se colocó junto a su cabeza y, con voz dura, y mientras una de
sus manos se perdía entre las piernas de María, le preguntó a la mujer.
“¿Quieres que te folle ahora, puta? ¿Eso es lo que deseas, que te folle como a
una perra aquí mismo?”
María gimió antes de responder, estimulada por la mano que,
evidentemente, manipulaba su sexo, tan encharcado de sus propios flujos que
Luis pudo escuchar perfectamente el “líquido” sonido… “¡Oooooohhhhh, sí, Amo,
por favor, fóllese a su puta perra aquí mismo…, oooohhhhhh!”
El hombre se colocó entonces entre las piernas de María y Luis pudo ver
cómo dirigía su polla hacia la entrada al coño de su mujer y la agarraba con
ambas manos de sus amplias caderas… El profundo gemido que salió de la boca de
su mujer y el arqueo de todo su cuerpo cuando la embistió con fuerza le
hicieron saber a Luis que se la había clavado hasta lo más profundo de su coño
de un solo golpe, antes de comenzar a follársela salvajemente, entrando y
saliendo de ella como un martillo pilón…
Al principio, María intentaba no gemir, mordiéndose los labios con cada
brutal embestida, pero, al poco, pareció olvidar dónde se encontraba y que
alguien pudiera oírla y comenzó a no contener sus gemidos de placer,
suplicándole a su Amo que se la follara más duro y que la partiera en dos con
su polla, algo que nunca antes le había dicho a su marido, que no pudo evitar
sentir el morbo y la excitación ante lo que estaba viendo y sacarse la polla
para masturbarse mientras contemplaba cómo se estaba follando a su propia mujer
y cómo ésta lo estaba disfrutando como una perra en celo…
Ese pareció el momento que aquel hombre estaba esperando y, aprovechando
una de las fuertes embestidas de su polla en el coño de la gorda mujer, le
retiró el antifaz de un manotazo mientras le gritaba: “¡MIRA, PUTA! ¡MIRA CÓMO
EL CORNUDO DE TU MARIDO SE PAJEA MIENTRAS ME FOLLO A LA PUTA VACA DE SU
MUJER!”…
María, sin comprender nada en un primer momento, y aún cegada hasta que
sus ojos se fueron haciendo a la luz existente, miró a su alrededor hasta que
sus ojos se posaron en la columna junto a la que su marido, con los pantalones
y los calzoncillos en torno a la rodillas, se acariciaba la polla mirando directamente
hacia ella.
“¡¡NOOOOOOOOOOO!!”, gritó la humillada mujer, “¡AMO, NOOOOOOOO, NO ME
HAGA ESTO, AMO!”, suplicó mientras intentaba separarse de la polla que la
penetraba sin misericordia, aunque, con las ligaduras en torno a sus muñecas,
solo consiguió caerse de bruces, lo que hizo que sus nalgas se elevaran aún más
y quedara más accesible a los empellones de la polla de su Amo en su coño…
Este la agarró por los cabellos, obligándola a levantar la cabeza y
mirar a su marido sin dejar de follársela… “¡Mírale, so puta, ni se te ocurra
apartar la mirada de ese cabrón!... ¿Ves cómo se pajea mientras ve cómo me
follo a su mujercita?... Si quieres que esto acabe, sólo tienes que decírmelo y
podrás irte con él ahora mismo, pero aquí se acabará todo, zorra, y nunca más
te acercarás a mí ni sentirás cómo mi polla llena tu coño… ¡Decide!. ¿Qué
quieres que pase?”
Los ojos de María se posaron en su marido y la imagen que vio la hizo
sentirse asqueada de él. ¿Cómo podía estarse masturbando mientras veía cómo
otro hombre la humillaba de aquella manera? No tardó ni cinco segundos en tomar
su decisión final y verbalizarla con una inmensa rabia que apenas podía
contener…
“¡¡SOY SUYA, AMO!! ¡Fóllese a esta puta perra delante de su marido y
demuéstrele a ese cornudo cabrón cómo se folla a una mujer! A lo mejor aprende
algo por si alguna vez engatusa a otra ilusa… ¡JÓDAME VIVA, AMO!...”
Luis sabía que María le odiaba con toda su alma en aquel momento y que
debería sentirse avergonzado, pero el morbo de ver cómo su mujer estaba siendo
salvajemente follada a cuatro patas en el suelo de aquel garaje, cómo se
bamboleaban sus grandes tetas con cada poderosa embestida de la polla de aquel
hombre en su coño y cómo ella, abandonado ya cualquier intento de mantenerse en
silencio, berreaba como una cerda, disfrutando como nunca había disfrutado con
él, pudo con cualquier atisbo que aún le quedara de cordura y continuó
meneándosela frenéticamente, cada vez más próximo a correrse…
“¿Ves la cara de guarra que tiene tu mujercita, Luis? ¿Ves cómo disfruta
mientras la monto como una perra?... ¡Eres un cabrón cornudo, Luis, y no te lo
mereces, pero voy a hacerte un regalo!... ¿Quieres correrte en su cara?...
¿Quieres llenarle la cara con tu mierda de leche?... ¡Te lo permito! ¡¡HAZLO!!”
“¡¡¡NOOOOOOOOO!!!”, gritó María, con toda la fuerza de su jadeante
aliento…
“¡Vamos, Luis, córrete en la cara de esta puta cerda que era tu
esposa!... ¡Y tú, guarra asquerosa, ni se te ocurra apartar la cara ni cerrar
los ojos! ¡Quiero que veas cómo el cornudo de tu maridín se corre por última
vez en tu cara!”
Algo en la voz de aquel hombre hacía que fuera imposible para Luis
pensar en desobedecerle y, sin dejar de meneársela, se acercó a la pareja sin
dejar de mirar la cara de su mujer, que, obediente a su Amo, no apartaba sus
ojos de él…
La primera descarga cayó sobre el pelo de María, mientras que la segunda
y la tercera cayeron directamente sobre sus ojos, resbalando por su cara hasta
llegar a su boca…
Mientras Luis observaba como su semen resbalaba por la cara de su mujer,
su Amo decidió acabar con aquello y, separándose del cuerpo de la mujer, se
incorporó y se colocó junto a su cara, acercando su propia polla a la cara de
María, que se la introdujo entera en la boca y comenzó a chupársela como si le
fuera la vida en ello… Luis sabía que María era una experta mamadora de pollas
y pronto apreció cómo el Sr. Fernández empezaba a correrse en su boca sin que
su esposa hiciera ademán alguno de apartarse, sino que se tragó toda la corrida
con deleite, saboreando el semen de su Amo con una cara de placer intenso como
Luis nunca le había visto… Sintiéndose repentina y profundamente humillado, se
subió los calzoncillos y los pantalones rápidamente y emprendió la huida,
alejándose de la pareja mientras en sus oídos resonaba la risa irónica de aquel
hombre que había destrozado su matrimonio…
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